Un día en Cambridge

A veces, las estrellas se alinean de una manera tan perfecta que resulta difícil no creer en una mano invisible, amable, que cuida de nosotros. Por motivos de trabajo hace dos semanas viajé a Londres, ciudad que amo con desmesura. Después de varios días de reuniones, por fin llegó el momento que esperaba: nos acercamos un jueves por la mañana a primera hora a la estación de King’s Cross para tomar un tren hacia Cambridge.

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Allí nos esperaba el bibliotecario emérito de la Parker Library, una de las bibliotecas de manuscritos medievales más importantes de Inglaterra, con permiso de la British Library. Pertenece al Corpus Christi College, uno de los más antiguos de la Universidad de Cambridge y contiene 600 manuscritos, cuyo valor estimado alcanza los 50 millones de libras. Entre sus incunables se encuentran joyas como un ejemplar del siglo VI de los Evangelios de San Agustín, pasando por la copia más temprana de la Crónica Anglosajona (fechada en el 890) hasta cartas manuscritas de Martín Lutero o Ana Bolena, la Crónica Mayor de Mateo París (siglo XII) o incontables manuscritos iluminados ingleses de los siglos XII hasta el XV.

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Uno de los magníficos manuscritos de la Parker Library.

Christopher de Hamel, el bibliotecario que nos acompañó durante la visita, hablaba apasionadamente de Matthew Parker, que se había convertido en administrador del Corpus Christi College en el siglo XVI y a quien la Biblioteca Parker debe su increíble fondo de manuscritos y también su nombre. Fue capellán de Ana Bolena, arzobispo de Canterbury y consejero de la reina Isabel I. Pero por encima de todo fue un ávido coleccionista de manuscritos, y gracias a él podemos acceder a algunos de los textos más antiguos de la civilización occidental. Nuestro pequeño grupo tuvo la posibilidad de ver, tocar, hojear y por qué negarlo,  reverenciar, algunos de esos manuscritos, y después recorrimos los terrenos del Corpus Christi College, y visitamos algunos otros colleges de la Universidad de Cambridge, incluyendo el que acogió a Isaac Newton.

Hacía frío, y el cielo estaba cubierto cuando entramos en la King’s Chapel, una de las iglesias más espectaculares que he visto jamás. Pensé en el bibliotecario y su fascinación por la figura de Parker, a su vez obsesionado por acumular el mayor número posible de manuscritos. Quizá fue la capilla o el contacto con los excepcionales manuscritos que habíamos visto: pensé en lo que nos mueve, en los motivos que nos empujan a luchar por lo que deseamos y en el capricho de las estrellas. Un clérigo del siglo XVI remueve cielo y tierra, literalmente, para acumular manuscritos del siglo VII, del XII, por conseguir a los mejores maestros iluminadores; y en la sala que lleva su nombre, en el siglo XXI un puñado de personas pasamos un día rodeados de historia, de arte y de cultura. Hojeamos libros escritos en el siglo VII y leemos las anotaciones de Martín Lutero en una de sus cartas; contemplamos la belleza de la terquedad, si se quiere, de los monjes que escribían sobre piel de animal las letras más delicadas de su tiempo. La Edad Media siempre sabe conmoverme, porque en las condiciones más adversas, en medio de la brutalidad y de la miseria, dio lugar a expresiones de gran sensibilidad y ambición: desde las catedrales hasta la poesía de los trovadores. Fue un día excepcional y me apetecía compartirlo. No siempre alcanzamos la luna, pero con esfuerzo, a veces el cielo nos concede las estrellas.