Octubre es el mes en el que, por motivos personales y profesionales, más viajes se acumulan en mi maleta y en mi cuerpo. Paso de una feria de libros en Alemania a ver fugazmente un puñado de rascacielos en Asia; entre Barcelona y Madrid transcurre una mitad de mi vida, y la otra, la que se escribe y no se dice, la que siempre va con nosotros a todas partes, encerrada entre las líneas de los días.

Viajar nos acerca y nos aleja de todo: es como si elevarnos en un avión o subir a un autobús nos dotara de un telescopio y un microscopio, fundidos en una única herramienta, la memoria (los humores, dirían los sabios medievales) y ésta pintara nuestras vidas con los trazos de la distancia.

Adoro viajar. Cambio cada vez que cambian mis escenarios, igual que cambio con cada nuevo libro leído o cada novela que empiezo a escribir. Octubre ha visto la primera línea de mi próxima novela, y sabéis que decir eso es decir felicidad.

Viajan también mis libros: contaba en mi entrada anterior que mi tercera novela histórica, La perla de Montlaurèl, ya está entregada, y durante octubre ha iniciado también su camino. Muy pronto, noticias. ¡Gracias por estar ahí!