Nocturnos

Las noches en el pasado eran más negras. La luz moderna, de gas o eléctrica, es un avance notable con respecto a las teas y las hogueras, frágiles y a merced de las tempestades. Es bueno recordarlo cuando el presente se tiñe de sangre absurda, de crueldad inusitada o de simple banalidad. La tentación de pensar en un glorioso antaño no es nueva ni exclusiva de nuestro tiempo. La prosa desnuda y limpia de Hesíodo ya habla de la «dorada estirpe de hombres mortales» y de su decadencia.

Claudia Casanova escritora La dama y el león La tierra de Dios novela histórica Página web de Claudia Casanova

Me gusta leer clásicos cuando el norte parece extraviado, porque en la brutalidad de Esquilo, en las magníficas figuras femeninas de Sófocles o Eurípides se encuentra ya la semilla de todo: el mundo es venganza y muerte, la matemática de la tragedia no deja espacio para nada más, la desmesura es la serpiente que todo lo asfixia. Es una buena manera de recordar que la maldad habita siempre entre y dentro de nosotros, y paradójicamente eso resulta catártico: si así es, la única elección (humana) posible es la luz, la antorcha de las mil batallas, las palabras deslumbrantes de los gigantes que miraban sus propios cielos y dan voz a Medea o Antígona. Y el humor, siempre: los asnos de Apuleyo, las avispas y las ranas de Aristófanes nos recuerdan que la oscuridad convive siempre con la risa, que sana y limpia las heridas, si se lo permitimos. De los griegos y también de algunas obras de la literatura latina, sale uno con el alma más limpia y la mirada más clara y lúcida. Listos, quizá, para mirar nuestras noches sin miedo.