Frente a la moda de correr, que como suele suceder llega bautizada en inglés (running, runners), prefiero el tradicional caminar: un paso y después otro, y otro más. Cuando caminas, prestas atención a lo que te rodea, a diferencia del corredor que debe preocuparse del ritmo cardíaco, de los músculos de sus piernas, de su postura erguida para maximizar el rendimiento. Esa es mi experiencia, al menos: me sentía la conductora forzada de una máquina que exigía mi atención absoluta, y que me impedía disfrutar, prisionera del esfuerzo. Correr es mirar hacia dentro, donde el único paisaje que importa es el interior. Correr es también huir, y uno cuando camina no escapa, sino que teje una vía nueva o recupera otra por la que ya transitó. Caminar es amar el suelo, correr es herirlo.
Sé que Haruki Murakami describe de qué habla cuando habla de correr en un libro que leí interesada, y que contiene pistas sobre disciplina y dedicación que a los escritores pueden sernos de utilidad. Admiro la constancia y la decisión del corredor, frente al capricho del caminante. Y soy incapaz de citar de memoria los mil pasajes sobre paseos, caminatas y paisajes que he leído en otras tantas novelas y ensayos que hacen que prefiera caminar: quizá por más recientes, las descripciones de Robert Macfarlane de la naturaleza británica, y también los volúmenes de Philip Hoare, claro está, que si bien privilegia el viaje por el mar también emerge ocasionalmente para escribir sobre la tierra. Cualquier autor inglés (pienso ahora en Thomas Hardy o las hermanas Brontë) convierte las venas de su país en materia novelística. Quizá amamos Inglaterra más por eso, porque las letras siempre han sido celestinas de mundos lejanos. ¿Acaso no son las palabras otra manera de caminar?
Camino para pensar, porque es tan fácil dejar que los pies sean la guía, que el cerebro puede dedicarse fácilmente a reflexionar sobre otros caminos, los que no son de tierra ni de asfalto, pero que precisamente por eso son los más difíciles de ver. Camino para escribir porque así se aleja uno del origen y se acerca al destino deseado, al lugar distinto que queremos alcanzar. Un paso, y después otro, y otro más. Ya casi he llegado.