El corazón y las razones (para escribir)

Esta semana sale a la venta La perla negra, publicada por Ediciones B, y como parte del lanzamiento he escrito una breve nota sobre las razones que me llevaron a escribir la novela. También me apetecía contar algo de mí y de mis novelas de aventuras favoritas, y podéis leer la nota en la página de Facebook de la editorial

Os copio el texto aquí abajo.

Escribo novela histórica por culpa de Alejandro Dumas, Julio Verne y Emilio Salgari. De pequeña devoraba todo lo que pertenecía a la biblioteca de mis hermanos, varios años mayores que yo, y crecí soñando con tigres de Bengala, submarinos prodigiosos que viajaban bajo el mar y mosqueteros y conspiraciones en una Francia turbulenta. Antes que eso, claro, los tebeos y aquellas aventuras deliciosas de «Los cinco» de Enid Blyton, donde la gente comía cosas extrañas como pasteles de genjibre. De allí, al cabo de unos años y cuando estudiaba inglés, pasé a los clásicos del XIX: Walter Scott, Daniel Defoe, Henry James, Henry Fielding, las Brontë, Elizabeh Gaskell, Jane Austen… Había unas ediciones económicas preciosas, de letra diminuta, y yo ahorraba para poder comprármelas porque claro, eso no estaba en el temario de lecturas del colegio ni mucho menos. Localicé una librería que los vendía en inglés y cada semana me compraba uno o dos libros. Era maravilloso decidirme por uno u otro libro, llevarlo a casa y pasarme las horas volcada en otro mundo.
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De leer historias pasé a querer contarlas: creo que eso es lo que diferencia a los escritores del resto de la gente, que sentimos el impulso de crear nuestras propias leyendas y no tenemos nunca suficiente, ni con las de los demás ni con las nuestras. Siempre he contado historias de una manera u otra, me doy cuenta ahora. Y he tenido suerte porque trabajo con palabras, las utilizo cada día como herramienta. Durante un tiempo me dediqué a otras cosas, pero fue breve: estudié Económicas solamente para comprobar que mi cabeza está hecha para la fantasía, no para los números. El único lugar en el que estoy a salvo es frente a una página en blanco, escribiendo, porque el papel es el límite de la realidad que construyo, mis palabras las fronteras de lo que cuento. Ahí estoy cómoda, ahí disfruto.
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Fue un proceso natural, pues, cuando me planteé qué escribir, elegir el marco de una novela histórica. ¿Y por qué la Edad Media? Todo empezó con un libro, claro. Lo compré durante un viaje horrendo a Nueva York, de trabajo. Estaba sola en la habitación de mi hotel, me esperaban reuniones al día siguiente y me lancé a la calle en busca de una librería porque entre libros siempre había encontrado refugio. Tuve la enorme suerte de que fuera The Strand, una librería emblemática de la ciudad. Allí compré un ejemplar usado de El renacimiento del siglo XII, de Charles Homer Haskins.
Más tarde he tenido la suerte de editarlo, incluso, pero esa noche me lo leí en inglés. Hablaba de una Edad Media denostada, de cómo el siglo XII había sido en realidad el trampolín desde el cual el Renacimiento se había convertido en un estallido de arte, arquitectura y conocimiento. Recordaba que sin los traductores que habían trabajado incansablemente en el Toledo de las tres culturas, gran parte de la sabiduría clásica que solamente se encontraba en manuscritos árabes no habría llegado hasta nosotros. Hablaba de ciencia, de medicina, de poesía: en el siglo XI y XII, las poetisas de Al-Andalus y las trobairitz del Lengadòc, el sur de Francia, fueron una excepción en un mundo de trovadores masculinos. En el norte de Champaña, María de Francia y Chrétien de Troyes dibujaban el mapa del imaginario occidental de los siglos posteriores. La figura del caballero leal, infatigable, atormentado y puro procede de ese siglo, y es fruto de la apasionante contradicción de su realidad brutal (ese grito sanguinario de «Dieu le veult» que resuena en las gargantas de los cruzados) y su ideal de comportamiento, el amor cortés que se le debía a todas las damas. Al igual que hice en mis dos novelas anteriores, mezclo personajes reales y ficticios, y estoy muy orgullosa de la recreación que he hecho de la vizcondesa Ermengarda de Narbona. Se trata de una de las mujeres más poderosas, listas y fascinantes de la Edad Media. El sur de Francia está marcado por su personalidad, por la inteligencia con la que lidió con amigos y enemigos.
Me fascinan las tensiones, las situaciones límite. Esa oposición entre la realidad de la Edad Media y su imaginario me atraía muchísimo, y por eso empecé a escribir novela histórica ambientada en el siglo XII. Pero claro, yo escribo desde el siglo XXI. Mis protagonistas son mujeres, son valientes y no son sumisas. ¿Eso las hace anacrónicas? No lo creo: Leonor de Aquitania es el epítome de la reina medieval, y se casó con dos reyes, y su divorcio del rey Luis VII fue uno de los escándalos más sonados del siglo XII. Cuando creo un personaje como el de Isabeau de Fuòc, me inspiro en las trobairitz que recorrían las cortes medievales cantando la poesía que componían, igual que sus compañeros trovadores.
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Y una confesión final: La perla negra es la historia de una venganza, pero no solo la de Isabeau sino también la mía. Me explico. Hace unos años, experimenté una gran decepción personal, que me hizo sentir un enfado profundo, casi odio. Me dio miedo la violencia de ese sentimiento, e hice lo que mejor sé hacer: escribir, poner las palabras sobre el papel. Imaginé la trama de una venganza, y el personaje de Isabeau nació de ahí. La convertí en trovadora y también en ladrona, y de esa historia al margen (su madre es quemada por bruja y eso es el catalizador de la acción) surgió la cofradía de los ladrones. El judío Salomón, el toledano Íñiguez, el capitán Guerrejat, Joachim, Carmesinda… Todos son pedazos de la historia de la venganza de Isabeau. Y por supuesto, el obispo Rotger de Montlaurèl, el hombre que lo cambia todo. Porque la lección de cualquier venganza es que hay mil y una maneras mejores de borrar el odio. En mi caso, escribir una historia de aventuras medievales.
Perla Cubierta BAJA