El dominio va a expirar, urge el mensaje automatizado, y de repente un espacio que lleva años flotando en el vacío se convierte en una preocupación, no quiero perderlo, hay cosas aquí que me importan, aunque es una tontería, sí pero tengo que hacer algo. El gesto. Renovar, revivir. Volver a inspirar, respirar hondo, teclear al vacío, otra vez. Sólo lo que está a punto de desaparecer cobra importancia. Estaba ahí, en un rincón, la caja de fotografías (nunca el archivador, nunca un sobre, siempre una caja, ¿y de cartón, verdad?), el montón de cartas olvidadas, los libros que juramos leer antes de que acabara el mes, los nombres de las personas que pronunciamos cada semana como si la plegaria de evocarlas nos garantizara que sí, que ahora de verdad, nos vemos. Todo espera el despertar (las fotos, las cartas, los libros, los fantasmas), todo renace cuando lo miras de nuevo. Son tus ojos los que dan la vida.
Espira. Inspira. La fecha de caducidad ha sido superada. Este dominio ha sido renovado. La vida vuelve a fluir por el blanco y el negro. Hic sunt dracones.