La hornada de nuevas editoriales, tanto aquí como en el extranjero, que son la infusión de sangre nueva y energía que todo sector maduro necesita, es sana, necesaria y bienvenida. El fenómeno se multiplica y es positivo: aún queda quien cree que editar libros meritorios es además una forma de ganarse la vida dignamente. También constato, con no poco alivio, que algunos grandes editores de siempre están en buenísima forma, aunque también es cierto que los catálogos de otros que fueron grandes editores de siempre se han convertido en un extraño desfiles de productos contrahechos, fabricados y pergeñados para vehicular letras. Son libros porque así definimos a los contenidos escritos y encuadernados, pero por nada más.
Y en cuanto a lo bueno y a lo malo de la feria: que los editores (aún) no somos máquinas ni replicantes, y que este mundo frágil hecho de letras y de codicia sigue en manos (¡por Tutatis!) de personas a quién mirar a los ojos, con quién desternillarse de risa, pelearse con saña, llorar a moco tendido y -en Frankfurt, sobre todo- brindar por lo que fue y por lo que será.